De la Suite Vitoria, pasando por la Adelita y El Sinaloense a Duke Ellington

Qué manera de entregarse. De pronto el Auditorio Nacional fue el océano; ellos y nosotros, la marea. Ellos: la Jazz at Lincoln Center Orchestra, con el trompetista Wynton Marsalis al frente; el cubano Paquito D’Rivera, el Cuarteto Flamenco del pianista Chano Domínguez —entre quienes se cuenta a Daniel Navarro en el baile flamenco—, el baterista mexicano Antonio Sánchez, el arpista Edmar Castañeda, el bajista peruano Óscar Stafnaro, el trompetista argentino Diego Urcola, y el magistral bailarían de tap Pared Grimes, venían a bañar nuestras playas con sus sincopas sanadoras, y nosotros regresábamos esa marea en aplausos prolongados, y en ese vaivén uno podía decir que bien había valido toda la penuria de vivir.

El Concierto fue un encuentro constante entre tradiciones musicales, una especie de hermandad sincopada: jazz, flamenco, y de México lo inimaginable: un jazzeado corrido de la revolución: y si Adelita se fuera con otro…, cantado por la voz del sax de Paquito D’Rivera. Esto podría calificarse como un simpático experimento, pero no habría que perder de vista que el jazz nació como una expresión de protesta de los esclavos negros en Nueva Orleáns, y que los corridos revolucionarios fueron hechos por los levantados en contra de la dictadura de Porfirio Díaz, por los campesinos hartos de trabajar una tierra que no era suya y a la que no tenían derecho.

Al presentar a los invitados latinoamericanos provenientes, como ya se mencionó, de México, Argentina, Colombia, Perú y España,el cubano Paquito D’Rivera comparó: “Somos como una ONU”, pero aclaró la salvedad, “nosotros sí funcionamos”, y lo demostró.

A parte habría que hablar del arpista Edmar Castañeda, cuyas manos no poseen dedos sino alas, que vuelan sobre las cuerdas de tal manera que provocan la elevación del espíritu de quien lo escucha. Un arpa jazzeando es otra cosa, es como probar un nuevo y suculento platillo, cuyo sabor queda en la memoria para la posteridad.

Y como todo era posible ya a esas alturas, imagínese que sale al escenario un trombón que habría de ejecutar Elliot Mason, y el público se pregunta atónito:¿Y ahora qué? Wynton Marsalis habla sobre cierta conexión entra la música del norte de México con la que ellos hacen, y refiere que “es difícil tocar” lo que tocarán, y entonces lo dice sin más: El sinaloense. Así es, señores y señoras, la trompeta de Wynton Marsalis, uno de los hombres más influyentes de Estados Unidos, el Pulitzer de las composiciones musicales, el educador, el embajador de la paz, el jazzista y vanguardista número uno tocando El sinaloense.

Fue un programa que incluyó movimientos de la suite Vitoria, el programa jazz flamenco de Chano Domínguez que posteriormente se unió a la Jazz At Lincoln Center Orchestra a través del tap y el flamenco de Pared Grimes y Daniel Bravo, y efectivamente incluyó una selección de música mexicana, si se quiere popular, pero tan bien adaptada, que mucho se

hubiera agradecido que los recursos de los festejos bicentenarios incluyeran llevar este concierto a muchas sedes de la república mexicana, en lugar del gasto efectuado en banderitas o en uno de los esperpénticos carros alegóricos del dichoso desfile.

Pero hay que darle su lugar a Grimes y Bravo, quienes más que duelo entre el tap y el flamenco tuvieron un encuentro en el que cada vez que Grimes no tocaba el piso con alguna parte de la planta de sus pies, volaba, y cuando ya había sorprendido y conmovido, sobrecogió con un split elástico, que Bravo respondió con un impresionante zapateado. Para rematar ambos bailarines se abrazaron. Eso era todo, no era un duelo, era, como siempre en el jazz, una muestra de ejecución, un dejar aflorar el sentir por medio del ritmo, un navegar en el océano remando con el silencio.

El embeleso tuvo lugar con la interpretación jazzeada de Contigo aprendí, de Armando Manzanero, ganas de levantarse a bailar de cachetito, dejándose mecer, no faltaron. Tampoco quedó fuera la interpretación sútil de Estrellita, de Manuel M. Ponce, en la que Paquito D’Rivera se lució.

Antes del encore una nueva selección de Vitoria Suite, y luego aplausos , aplausos, y el pausado plaf, plaf, plaf en demanda de más, estábamos sedientos sin duda. Y luego de un minuto quizá, quizá más, la silueta de Wynton Marsalis recortando la luz del escenario, una fotografía clásica del jazz, y una interpretación de Duke Ellington, y la rienda suelta a la improvisación nacida de los que saben, de los grandes, de los que entregan lo que son en un escenario: Marsalis, Chano Domínguez, Paquito D’Rivera, Antonio Sánchez, Diego Urcola, Óscar Stagnaro, Edgar Castañeda y la Jazz At Lincoln Center Orchestra.

Vale la pena estar aquí.

(Mil gracias, Tarzán)

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