San Judas está de moda

Multi-identidad y contracultura, entre lo culto y lo pagano

Anasella Acosta

Coloca a San Judas entre sus piernas. Se retoca las pestañas.

Domingo 28 de septiembre, metro Impulsora, 12:30

de la tarde. Se encuentra con Berenice de unos 15 años.

Visten pantalones ajustados, cabello engomado. Su actitud

es coqueta, como si asistieran al encuentro de un

amor primerizo.

Trasborde en Guerrero. Destino: metro Hidalgo, Templo

San Hipólito. Anuncios fluorescentes en los que se

lee “San Juditas” indican la salida correcta.

Grupos de jóvenes abrazan orgullosos, quizá altaneros

y desafiantes, la efigie de San Judas Tadeo en hueso,

madera, plástico o yeso; se lo visten, estampado en pla

yeras o en túnica blanca y manto verde; se lo cuelgan

de las muñecas o del cuello en escapularios, rosarios y

cuentas circulares; se lo tatúan en los brazos y el pecho.

Esquina Guerrero y Zarco, Centro Histórico. De a diez,

de a diez, llévelo, llévelo, de a diez. El San Judas de 30

centímetros

y de hueso vale ciento cincuenta, pero lléveselo

en ciento veinte. La pulsera es la de a diez.

Conjunción, fusión, apropiación. Rap, hip-hop, punk,

reggaeton, dark, emo y San Judas Tadeo. Ceja depilada,

playeras holgadas, jeans, lentes grandes semioscuros,

gorras con visera ladeada, corte de mohicano, decoloración,

trencitas, rapados y San Judas Tadeo.

Aunque no es clara la práctica de fe, pues en este caso

la devoción pareciera encarnarse más en una moda, en

una apariencia y actitud ante los otros, el número de

concurrentes a San Hipólito, donde extrañamente el

patrono no es este santo, es enorme.

Pero el culto rebasa a la Iglesia; se convierte en la

expresión de una naciente contracultura que haya en el

símbolo el pretexto para ganar espacios e identidades,

para la convivencia y la coincidencia, para hacerse ver,

para sentir que sé es y, por qué no, para soportar la

marginación, el descontento, la desigualdad, la inseguridad,

el desempleo, la crisis económica y emocional,

con la esperanza en la divinidad.

San Judas, el santo del pueblo y la democracia, lo

mismo está en la casa del policía que del ladrón, en altares

callejeros, en mercados, unidades familiares; es

venerado por comerciantes establecidos o ambulantes,

por boxeadores, taxistas y microbuseros, por desemplea-

dos, pandilleros y presos, por estudiantes, amas de casa

y oficinistas.

Santo de las causas imposibles, consígueme un empleo.

Santo de las causas perdidas, sácame de la cárcel, Santo

de las causas difíciles, que no suban más los precios,

Santo de las causas desesperadas que me vaya bien en

mi negocio.

Vengo de Iztapalapa … Venimos de Tepito … Venimos

de Santa María… Venimos de la San Fe…

“San Juditas te pido que salga bien de la escuela, para

que mi mamá ya no esté enojada, y pueda ser alguien

en la vida …” La jovencita guarda en su regazo la misiva

escrita en una hoja de cuaderno para el santo que fue

torturado y muerto de un golpe en la cabeza, para luego

ser decapitado. La muerte de quien se dice era primo de

Jesús, recuerda a las torturas y decapitaciones entre los

narcos del siglo XXI.

Pasan dos horas antes de poder entrar a la iglesia. La

fe no puede nada contra los empellones, la rechifla, el

tumulto, los roces no intencionados pero agradecidos

por algunos que se estampan en los traseros de las jovencitas.

Y la explicación: al santo hay que traerlo cada

día 28, ese es su día, para agradecerle. La fiesta grande

es en octubre. La cajas para la limosna van y vienen, en

esto sí hay orden. Y la reprimenda: en la iglesia no se

masca chicle.

Las prostitutas y los ladrones nos llevan la delantera

camino al cielo, dice el sermón de este domingo y por

si hay duda: “Ya no creemos en las palabras que vienen

de afuera, en las promesas jamás cumplidas, estamos

cansados”.

Llueven las estampitas, los sanjuditas dorados de

bolsillo, las paletas y caramelos con etiqueta en la que

se lee “gracias por el nacimiento de Emiliano”, o fulano

o zutano; es la paga por el milagro recibido.

Después de dos horas, y de decenas de hilillos de

sudor vertidos en el adoquín secular, ella se confiesa:

“Yo sí le fumo... pus vengo acá con mis amigos, a ver a

San Judas, a pedirle”. Sin más estira la mano, convida:

“Huele, huele chido”. La mona hecha de thinner o quizá

de tolueno adormece los sentidos. Explica: “Pus le fumo

para que esté contento”.

Afuera todo es verbena, los “sanjudas” como ya se les

llama a los jóvenes seguidores del apóstol, y cuyo símbolo

identitario es la imagen del santo, se echan sus

quesadillas,

sus pambazos, su mona, sus tragos, su churro.

Pero eso sí, siempre —como si temieran caerse— asidos

a su San Judas.


Publicado en Cuartoscuro número 93

Comentarios

Entradas populares de este blog

Adiós a la cantina El Nivel y la pulquería Las Duelistas

Embriaguez marina

La isla