Agonía

Tu respiración flemática y el goteo del suero abarcan toda la habitación.

Te desconozco.

Ignoro de quien es el cuerpo que ahora encierra un alma que ha extraviado la palabra,
ignoro de quién es el esqueleto forrado por un cuero añoso
que al más ajeno entristece.

En este momento la oración es una plegaria muda.

¿Dónde estás?

Tú no eres la que me enseñaba a nadar en La Roqueta,
no eres quien bebía cerveza una tarde en el Pie de la Cuesta
mientras el sol horadaba con su parsimonia cálida al mar.
No eres quien, pese a la Reforma, me hizo la falda tableada
para recitar las loas a Juárez.

Tú, la que agoniza en esta cama de hospital,
eres unos huesos enfermos, una respiración cada vez más delgada,
un bulto pesado al que tenemos que dar vuelta.

Vigilo tu respiración en esta madrugada fatídica. (En realidad, vigilo tu muerte
y la inutilidad de doctores y enfermeras).

Te empeñas en mantener los ojos abiertos
sospechas que no volverás abrirlos

Eres un monumento al desierto.
Tus ojos secos, tu piel seca, tu boca seca, tus manos secas, tu tronco seco.
¿Qué salmo te arrancará de este deshidratado letargo?

Escupes lamentos de sangre que tiñen gasas blancas como impurezas de pecados secretos.

Te rezo. Te canto. Te hago falsas invitaciones. Te miento.

Pero también te agradezco y tus ojos que ya no volveré a ver
se anegan en aguas saladas que no son marinas.

Te recuerdo desde siempre con cariño. No importa que el habito no te hiciera buena,
quizá de algún modo me gustaban más tus pequeños yerros

Perdona por no quedarme hasta el final.
Ojalá puedas entender, dónde ahora estés,
que te llevo conmigo para todos los días
y para cada una de mis muertes.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Adiós a la cantina El Nivel y la pulquería Las Duelistas

Embriaguez marina

La isla