Ratatouille por los caminos de Swan

Ratatouille es con mucho una película que en estas vacaciones y en el contexto de auge gastronómíco en el mundo de principio de siglo bien vale la pena ver. Quizá el primer punto lo valga la contradicción que de entrada plantea: las ratas, lo más asqueroso para el ser humano “civilizado” , están dentro de una cocina y son capaces de conmover hasta el llanto a través de uno de los sentidos que mayor refinación y deleite exige de una cultura: el gusto.

El climax de esta cinta conduce de manera directa a la literatura francesa del siglo XX. Marcel Proust describe las sensaciones y recuerdos que experimenta un hombre al sopear un pedazo de magdalena en una cucharada de te. La conexión con la infancia que experimenta el protagonista de Por el camino de Swan -uno de los libros que conforman la zaga de Marcel Proust En busca del tiempo perdido- a través de la interrelación con la comida es una situación abstracta que podría pasar por inexistente al no tener forma material, pero que es llevada por Proust, por medio de la literatura, al terreno de lo verdadero. Las sensaciones son reales, y si bien no se les puede palpar, por medio del arte cobran vida, y quien se acerca al arte admite esa convención por experiencia propia, tanto por el reflejo sensitivo que descubre

como por las sensación que la contemplación de la obra le despierta.

En Ratatouille, la creación gastronómica máxima del chef-rata, el ratatuil, provoca en el crítico más exigente esa sensación que Proust describe tan bien, y que implica una conexión con la infancia a través del olor, el sabor y calidez de un platillo. La apuesta es a los sentidos.

La conexión con el pasado sería imposible sin un registro previo de las sensaciones que provocó un platillo con anterioridad. ¿Cómo abrir entonces en el presente la percepción al entorno, para lograr dar sentido a lo que nos ocurrirá en el futuro y que será nuestro presente? Esa es la gran interrogante y la tarea cotidiana de un ser humano y lo más grande que se puede hacer en un mundo mediático que intenta cooptar toda expresión creativa: Percibir, percibir, percibir: oler, tocar, mirar, escuchar, degustar.

El sentido de la percepción tanto en Por el camino de Swan como en Ratatouille, es el autoconocimiento y el descubrimiento de los verdaderos placeres en la perenne vida, esos por los que vale vivirla.

El placer de comer no radica en las novedades, ni en las tendencias o modas, sino en la capacidad de percepción de quien come, en los registros sensitivos previos que ha sabido cultivar a lo largo de su vida el comensal y los contextos familiares, culturales, sociales en que estos registros han ocurrido.

A los creadores les queda una tarea más difícil aún: la de descubrir esas sensaciones que habitan en el otro y explorarlas para generar nuevas experiencias sensoriales, las que conduzcan a un nuevo conocimiento de sí mismo y den sentido al sinsentido de una vida no creativa.


Comentarios

Ismene Venegas ha dicho que…
menuda tarea la de hacer brotar del aroma que despide una taza de te las mariposas y origamis de papel arroz de colores... el azul saturado del cielo y sol que brillaba duro en mi cara la primera vez que comi un pérsimo maduro...

esta bien lindo tu blog

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