Alazanes
Estaba soñando con caballos cuando sonó el teléfono, eran las tres de la mañana. Soñolienta y molesta por la grosera interrupción de uno de mis sueños preferidos, contesté. Antonio necesitaba hablar con alguien congruente, asirse a alguien fuerte ante la desilusión de sus amigos, esos con los que se había ido de parranda esa madrugada, con los que se iba cada ocho días o cada tres. Entonces comencé a buscar piernas, brazos, cabeza y cada partícula de lo que solía ser. Juró que intenté armarme con destreza. En vano tantos ensayos con rompecabezas. Antonio desesperado gritó: "No me entiendes, no me entiendes". Colgó. No lo entiendo. No me interesa entenderlo. ¿Será que al colocarme la cabeza el pensamiento se desajustó? Sonó el teléfono. "Perdóname". "Te perdono". "Ya no te voy a buscar. Adiós". "Adiós". Noche de perdidas. No logré recuperar los caballos.
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