Empequeñecer
Porque las lunas menguaban cada mes, y su piel se endurecía y la opacidad de sus ojos semejaba la noche, por eso dejó de querer, de querer jugar, de querer bailar, de querer hablar, y se hizo un silencio delgado, un cuerpo de silencio, con cabellos largos de silencio y dedos artríticos de silencio. Y no volví a escuchar mi nombre escoltado por sus labios, contorno de tibia humedad en los que mis palabras nadaron en los días de fortuna. Entonces yo empequeñecí, como los hombres viejos, como los ríos secos, como los árboles sin sol.
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